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Antonio Funes |
Tomamos asiento en la parte central de la fila 5 y, expectantes, esperamos el inicio de la película. Empieza la proyección, empieza la magia, empieza el problema. Tras una vaporosa neblina creo reconocer el rostro de Jeff Bridges. Me quito las gafas y las reviso para constatar que no me estoy quedando ciego. ¡Menos mal! Es la película que está desenfocada.
Como todavía estamos en los anuncios, me levanto raudo y veloz para advertir al personal del cine. “Tranquilo” me dicen, “cuando empieza la película se arregla un poco”. A mí, eso del “poco” me inquieta, pero, obediente, vuelvo a mi sitio.
El “poco” resultó ser el nebuloso Londres decimonónico recubierto de una espesa capa de humo fabril. Indignado, busco en mi memoria referentes literarios en los que apoyarme para afrontar la incómoda situación: don Quijote, Ignatius J. Reilly y el marqués de Sade. Por motivos obvios descarto a este último y me centro en la ejecución de la protesta. Primero, un espeluznante silbido de cabrero armenio; segundo, unas estrepitosas palmadas de foca circense.
A mi espalda silencio. “Está desenfocada ¿no?” pregunto al resto de público. De nuevo silencio. (Tal vez están aterrados por la abrupta aparición de un loco en la sala y temen por su vida, o tal vez adoptan esa actitud positiva de lechuguino lector de libros de autoayuda que afronta cualquier problema real con el coraje de un Teletubi).
Propongo a mi pareja-cómplice que abandonemos la sala. Me sigue fiel y ligeramente avergonzada. Los mal pagados y peor vestidos trabajadores del cine reconocen que la óptica del proyector está defectuosa, nos devuelven el dinero y nos confiesan que el problema persiste porque muy poca gente reclama formalmente. Rellenamos las pertinentes reclamaciones.
De camino a otro cine me noto furioso y tengo una visión: trabajaré hasta los 67, me volverán a recortar el sueldo, pagaré por ir al médico, me multarán por respirar… Mientras, la vida se proyecta desenfocada ante un indiferente y silencioso público de cabezas oscuras que sacia su apetito con bidones de palomitas. ¡Que aproveche!