12 de febrero de 2011

La sangre de la tierra




 En la parte occidental de la Rioja, entre Nájera y Cenicero, se encuentra Uruñuela, la tierra donde han crecido las bodegas Martínez Corta. Tras una noche típicamente riojana, con buenas tapas y mejores vinos, una lluviosa mañana casi de nieve, tuvimos la suerte de comulgar en su templo. Hasta allí nos llevó la guía Peñín, al otorgar cuatro o cinco estrellas (el máximo) en la relación calidad/precio a la mayoría de sus vinos.

La visita es gratuita e incluye la degustación. Pero el azar quiso que coincidiéramos con unos achispados catadores norteamericanos de otra guía gastronómica, la Parker, que merecerían un dulcesprendas aparte. Y entonces salió a relucir el apellido, mote en realidad, que incluye el nombre de la bodega: ‘Corta’ viene de un antiguo oficio de la familia, el de carnicero, que siguen practicando artesanalmente. Así que aquella turbia mañana de enero de pronto nos encontramos en el centro del paraíso, entre vinos, chorizos, chuletas de cordero y morcillas a la brasa... elaborados todos por los Martínez Corta. Sancho Panza habría cambiado alegremente su ínsula (y hasta su rucio, diría yo) por el agasajo que recibimos allí. Ulises habría olvidado a Penélope.

Cepas antiguas es un tinto joven, un vino para beber a diario, con toques de frutas rojas, que tiene casi la personalidad de un crianza (2,5 €). Pero es en el Martínez Corta de Crianza (unos 4 €) donde aparece el roble de las barricas siempre limpias y de primera mano (¿alguien dijo que el vino se cría mejor entre polvo y telarañas?). El Tinto Reserva es exquisito para cualquier comida de carnes rojas o de lo que a uno le apetezca. Pero merece mención especial el Soros, una colección de vinos de autor (con barrica, que añade al tempranillo otras uvas como graciano o garnacha). También tienen un vino blanco con unas peculiares notas de piña... Y efectivamente, los precios de estos caldos excelentes son perfectos para cualquier época, aunque no estuviéramos en crisis.

Elaborar un producto como el morapio es más que “montar una fábrica de vinos” (Martínez Jr. dixit). Es mimar tus cepas durante décadas, es cuidar del líquido elemento cada día, es tener las manos teñidas de púrpura, es ser vino. Y, como la obra siempre termina pareciéndose al artista, unos vinos así sólo pueden salir del esfuerzo y la dedicación de generaciones de bellísimas personas como las que nos brindaron una jornada inolvidable: los Martínez Corta.



1 comentario:

  1. Envidia me has dado al ir paseando por tu relato de vinos y hospitalidad. Si me acerca el futuro a esa zona que describes, y encuentro a turista, comentaré que me trajo hasta aquí la guía "dulcesprendas". Un abrazo agradecido. M.Tonda (Santa Pola)

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Gracias por tu dulce comentario, prenda.