17 de octubre de 2010

La voz de Homero



Antonio G. Funes
Busquemos el principio. Estamos en Grecia, en el siglo octavo antes de Cristo. Un poeta se aclara la voz con un poco de vino. Es ciego y está descalzo. Sus toscas y fuertes manos de marinero ―todos los griegos pertenecen al mar― contrastan con la delicada lira. El auditorio mantiene un silencio expectante, reverencial, casi sagrado… Y entonces empieza la música, empieza el canto, empieza la historia. De los labios del aedo brotan versos arraigados en la memoria, ese libro eterno. Las palabras, como si tuvieran alas, vuelan hasta el público que las recibe con ávida emoción.  El bardo escucha el llanto y la risa ―los elementos constituyentes de lo humano y lo literario― y alza el rostro satisfecho agradeciendo a la musa la inspiración y, sobre todo, la cena.

Aquel hombre se llamó Homero. Quiero imaginarlo como un anciano amable y benévolo.  Sospecho que Dios, si existe, se parece a Homero. Sin embargo, es posible que el propio Homero no haya existido jamás ―Literatura pura donde Realidad y Ficción se confunden. Sea como fuere, este misterio, esta entelequia, imitó a los Dioses y se presentó a los ojos de los hombres bajo la forma de dos obras que se consideran el principio de la literatura occidental: La Ilíada y la Odisea.

Pero volvamos al inicio… ¿cómo era la voz de Homero? Desde hace más de dos mil setecientos años nos llega el eco de las palabras homéricas y son muchos los que han  intentado imaginar  la voz del poeta en la pintura, la literatura, el cine… Hoy me gustaría recomendar un principio, un buen punto de partida para iniciar el viaje a la obra de Homero. Se trata de un cómic titulado La Odisea, publicado por Norma y que puede adquirirse con dieciséis euros o con un carnet de biblioteca. Francisco Pérez Navarro ―guionista― y Josep M. Martín Saurí ―ilustrador― han imaginado la voz de Homero en una historia, narrada en blanco y negro, que nos absorbe desde la primera página: una tempestad marina, terribles olas de rugiente espuma se estrellan contra las rocas. De pronto, unas poderosas manos emergen del agua y se aferran, pese al dolor y la sangre, a la cortante piedra,  a la vida.

2 comentarios:

  1. ¿Cuántos Ulises perdidos por el mundo caminan sin rumbo y sin destino? Homeros ciegos ignoran odiseos perdidos por la razón pero sobretodo por sus sentidos. Sentidos nublados por esos llantos de sirena que seducen su alma, que la marchitan hasta que un día Apolo alza el skyphos y les señala Ítaca. ¿Cuán larga travesía y cuántos Héctores, Antílocos, Áiaxs y Príamos sembraran el camino? ¿Llegaremos a Ítaca? ¿Nos esperará Penélope?

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Gracias por tu dulce comentario, prenda.