28 de marzo de 2011

El canto del cisne

Si un hombre de mi edad no siente un escalofrío al escuchar “Creep” es que jamás ha estado enamorado como se debe. Algún sabio, de esos que rigen nuestros destinos sin que lo sepamos, decidió que la canción era irradiable... Demasiado triste y melancólica. Al cabo de unos meses le estalló desde el cajón donde la había escondido. Nadie recordará el nombre del tipo ese, pero muchos recordaremos siempre cada acorde, cada cambio de ritmo, cada verso de “Creep”.

“High And Dry” cuenta las nefastas consecuencias de un amor que se derrumba. “I Can’t” es una canción para pedir perdón. “Bullet Proof... I wish I was” es una promesa que no se podrá cumplir. “No Surprises”, una oda estoica a la vida retirada. “Fake Plastic Trees” habla de los amores imposibles que no pueden evitarse y nos desgastan hasta reducirnos a la nada. “Everything In Its Right Place” expone la desubicación existencial en pleno éxtasis emocional. “Reckoner” balbucea en falsete un lastre omnipresente, una necesidad insatisfecha. En “2+2=5” alguien construye su propio mundo en soledad, porque ya no tiene a nadie que le preste atención... “House Of Cards” denuncia el duelo interior de una relación fingida. “All I Need” es un ritmo hecho declaración, una seductora confesión desnuda. “Idioteque” canta a la vida en medio de una guerra, en un paisaje postapocalíptico provocado por la mala música, o por la escalada bélica del comienzo de este siglo o por el cambio climático que muchos siguen negando, en el clímax de una batalla que cada día puede ser la última.

Los discos Pablo Honey y The Bends propusieron una aproximación distinta al rock y al pop. Ok Computer y Kid A le dieron un giro jazzístico y electrónico. Amnesiac es una nana conceptual. Hail To The Thief, un ataque de locura en plena iluminación que cautiva, embelesa y atrapa. In Rainbows es el resultado de esta compleja fusión de estilos, que se puede disfrutar en un directo exquisito desde el sótano (Live from the basement). Ante la expectación que ha generado su nuevo álbum, The King Of Limbs, conviene ahora recordar que Radiohead es lírica en estado puro, es la electricidad de las guitarras, la melodía arrastrada, la experimentación audaz con sintetizadores, el canto del cisne.




6 de marzo de 2011

Tadeusz Kantor y el baúl de los recuerdos

Fernando Bravo
Tadeusz Kantor descubre que lo más vanguardista es, precisamente, hacer las preguntas básicas y dejarse de flirteos electrónico-conceptuales. Ser vanguardista no es vestirse de rojo, púrpura y verde fosforito al más puro estilo post-H&M. Puede que en el aspecto exterior haya un cierto gusto por la provocación, pero la vestimenta no puede substituir el fondo que la inspira. Y provocar no consiste sólo en poner los pies encima de los asientos al más puro estilo Sensación de vivir como diciendo “paso de todo; soy un adolescente crónico incapaz de ir más allá, anclado en la fase pre-genital”. Ser vanguardista es, seguramente, más que todo eso; debe ser más que todo eso. La Vanguardia reivindica que el arte desempeñe un papel importante en la práctica diaria de la vida, que el arte no sea algo ajeno, extraño o insensible a nuestro devenir por esta tierra dura. Así, podríamos decir que todo gran artista es, por definición, vanguardista. Quizás sea así, cada uno a su modo. En cualquier caso, Kantor, uno de los mejores exponentes de la Segunda Vanguardia y regenerador del teatro europeo entre los años 60 y 90 del ya fallecido siglo XX, nos propone algunas cosas interesantes que lo hacen único y al que quiero rendir homenaje aquí.

En La clase muerta Kantor sienta a un grupo de ancianos en los bancos de una antigua escuela rural de Centroeuropa y los obliga a comportarse como los niños que habían ocupado antes esas sillas. Esa visión provoca, consecutivamente, la risa, el asombro, la angustia, la zozobra y finalmente la catarsis. Ver a un niño enfrentado a los problemas de un anciano nos lleva a la sonrisa y la indulgencia, pero lo contrario tiene un gran poder de conmoción. Ver a un anciano echarse al suelo y patalear, lloriquear, señalar con dedo acusica al chivato de la clase o dejarse llevar por el griterío del grupo nos hace replantearnos muchas cosas: qué es el paso del tiempo, cómo hemos llegado hasta ahí, qué distancia hay entre la infancia y la vejez… en definitiva: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

En otra obra igualmente importante, Wielopole, Wielopole, Kantor rinde homenaje a su pueblo natal, Wielopole Skrzynskie, en el sureste de Polonia, cerca del cruce de caminos de la actual Ucrania, Eslovaquia y Polonia, donde la cultura judía convivió con la cristiana en sus variantes católica, ortodoxa y de los lemkos. Esta obra de teatro nos muestra el final de un mundo sin decirnos por dónde avanza el nuevo; nos muestra cómo ese paisaje conforma el mapa personal que nos permitirá –u obligará a– trazar nuestro recorrido vital. Para todos nosotros, los recuerdos de nuestra infancia son la dolorosa evidencia de un mundo que se ha ido para no volver, con sus cosas buenas y malas, pero en cualquier caso con gran parte de nuestra vida: la de los sueños, las ilusiones, el amparo de los delantales de nuestras madres y abuelas y las historias míticas de nuestros tíos.

Kantor nos habla de todo esto esto: se gira hacia el pasado para entender mejor nuestro presente y nuestro futuro. Quizás, en contra de lo que la ciencia-ficción nos ha vendido, lo vanguardista pasa por recuperar el verbo perdido más que por inventar el más difícil todavía.