6 de marzo de 2011

Tadeusz Kantor y el baúl de los recuerdos

Fernando Bravo
Tadeusz Kantor descubre que lo más vanguardista es, precisamente, hacer las preguntas básicas y dejarse de flirteos electrónico-conceptuales. Ser vanguardista no es vestirse de rojo, púrpura y verde fosforito al más puro estilo post-H&M. Puede que en el aspecto exterior haya un cierto gusto por la provocación, pero la vestimenta no puede substituir el fondo que la inspira. Y provocar no consiste sólo en poner los pies encima de los asientos al más puro estilo Sensación de vivir como diciendo “paso de todo; soy un adolescente crónico incapaz de ir más allá, anclado en la fase pre-genital”. Ser vanguardista es, seguramente, más que todo eso; debe ser más que todo eso. La Vanguardia reivindica que el arte desempeñe un papel importante en la práctica diaria de la vida, que el arte no sea algo ajeno, extraño o insensible a nuestro devenir por esta tierra dura. Así, podríamos decir que todo gran artista es, por definición, vanguardista. Quizás sea así, cada uno a su modo. En cualquier caso, Kantor, uno de los mejores exponentes de la Segunda Vanguardia y regenerador del teatro europeo entre los años 60 y 90 del ya fallecido siglo XX, nos propone algunas cosas interesantes que lo hacen único y al que quiero rendir homenaje aquí.

En La clase muerta Kantor sienta a un grupo de ancianos en los bancos de una antigua escuela rural de Centroeuropa y los obliga a comportarse como los niños que habían ocupado antes esas sillas. Esa visión provoca, consecutivamente, la risa, el asombro, la angustia, la zozobra y finalmente la catarsis. Ver a un niño enfrentado a los problemas de un anciano nos lleva a la sonrisa y la indulgencia, pero lo contrario tiene un gran poder de conmoción. Ver a un anciano echarse al suelo y patalear, lloriquear, señalar con dedo acusica al chivato de la clase o dejarse llevar por el griterío del grupo nos hace replantearnos muchas cosas: qué es el paso del tiempo, cómo hemos llegado hasta ahí, qué distancia hay entre la infancia y la vejez… en definitiva: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

En otra obra igualmente importante, Wielopole, Wielopole, Kantor rinde homenaje a su pueblo natal, Wielopole Skrzynskie, en el sureste de Polonia, cerca del cruce de caminos de la actual Ucrania, Eslovaquia y Polonia, donde la cultura judía convivió con la cristiana en sus variantes católica, ortodoxa y de los lemkos. Esta obra de teatro nos muestra el final de un mundo sin decirnos por dónde avanza el nuevo; nos muestra cómo ese paisaje conforma el mapa personal que nos permitirá –u obligará a– trazar nuestro recorrido vital. Para todos nosotros, los recuerdos de nuestra infancia son la dolorosa evidencia de un mundo que se ha ido para no volver, con sus cosas buenas y malas, pero en cualquier caso con gran parte de nuestra vida: la de los sueños, las ilusiones, el amparo de los delantales de nuestras madres y abuelas y las historias míticas de nuestros tíos.

Kantor nos habla de todo esto esto: se gira hacia el pasado para entender mejor nuestro presente y nuestro futuro. Quizás, en contra de lo que la ciencia-ficción nos ha vendido, lo vanguardista pasa por recuperar el verbo perdido más que por inventar el más difícil todavía.



2 comentarios:

  1. Cada vez que leo textos como este, se me encogen las teclas. Gracias, Fernando.
    Por lo que explicas de Kantor, a quien aún no he leído, pero podré hacerlo gracias a tus traducciones, adopta dentro de las vanguardias una postura muy parecida a la de Lorca. Creo que el poeta granadino también nos propuso un salto al futuro (al vacío) desde las anécdotas, los lugares, los tipos mitificados de nuestro pasado. ¿No son los signos viejos y nuevos de los que habla Alberto Blecua?
    Y además, a menudo, lo más local resulta lo más universal.
    PAP

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  2. A Kantor hay que verlo (siempre nos queda youtube:
    http://www.youtube.com/watch?v=U0wdk3N53XY)
    sus textos son teatro en estado puro, una puesta en escena donde priman los efectos especiales de la "especie" humana. En La clase muerta, un anciano no dista mucho de un niño, volver al inicio, cerrar el círculo de la vida, a través del recuerdo.
    Cada persona que respira, como bien dices, Fernando, tiene su arte, el mero hecho de nacer ya lo es en sí mismo. Sólo hay que cruzar la línea divisoria que separa realidad y ficción, hacer que lo cotidiano se convierta en material sensible y provocador.

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Gracias por tu dulce comentario, prenda.