Enrique López Hijano |
En la película de Xavier Beauvois contemplaréis el desleírse de los días en los días venideros y la continua acción del bien, de la bondad de los hombres con otros hombres hasta la irrupción apabullante, sin que sea llamado ni comprendido, sin que requiera explicación, del mal.
Lo que más impresión me causó fue que la construcción y el devenir del film coincida, respiración por respiración, con la construcción y gestación del bien: el bien es una obra costosa que requiere de un esfuerzo continuo y consciente. El bien es un trabajo. El mal, sin embargo, es una urgencia: no se entra en sus causas históricas o psicológicas. Para qué hacerlo si su característica es precisamente esa: ser un látigo ciego y psicópata.
Los vecinos departen con el prior sobre la inconmensurable desgracia que ha acaecido lejos del pueblo, en la ciudad. En un autobús han matado a una muchacha. La puñalada le entró en el corazón. Al parecer no llevaba pañuelo en la cabeza. Los hombres de la comunidad se comprometen a rezar por ella…y rezan. Y asistimos al rezo, porque el rezo es el trabajo de la comunidad y el bien requiere el tiempo que dura la película. Y asistimos al trabajo cotidiano tras la desgracia…a más asesinatos, a la fortaleza ante el miedo y a la fuerza de existir, que diría Spinoza.
No sé si tiene o no sentido hablar del bien y del mal hoy en día. Beauvois no lo hace, por supuesto. Pero a mí me resultan términos cómodos. ¿A vosotros no? Cuando la película está a punto de acabar una bruma se traga en una mañana blanca a los religiosos acompañados por sus sicarios. El caminito bellísimo es ajeno a todo sufrimiento y a mí no me quedo ninguna tristeza que compartir con vosotros, sino más bien la alegría de teneros ahora en mi compañía…será que de eso iba la película.
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