5 de abril de 2011

Malesherbes

En Dulces prendas, a 12 de marzo de 2011

Monsieur Chrétien-Guilleaume Lamoignon de Malesherbes,

supe de usted hace ya algunos años. Leí una glosa que de su figura hacía un filósofo que quizá no conozca, Fernando Savater, en un libro que me permito la petulancia de recomendar, Diccionario filosófico, publicado por Planeta el año 1995. Allí se ensalzaba su callado trabajo en pro de la edición de la Encyclopédie de Denis Diderot. De esta lectura, en la que tuve la suerte de conocerle, hace ya diez años. Aprendí en ella que su tarea se pareció más a la de Penélope que a la del rutilante Aquiles. Porque fue usted quien, desde su cargo de Censor-Jefe, posibilitó que viera la luz una de las obras fundamentales en el desarrollo intelectual de Occidente, deshilando las intrigas de los jesuitas, pretendientes de una Enciclopedia ya trazada y llamada a ser la gloria de Francia y de la modernidad.

Como le decía, hace años que no sabía nada de usted. Pero recientemente un amigo de su causa ─ qué alegría los libros que vienen de los amigos ─ me recomendó Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales, escrito por Philipp Blom y editado por Anagrama, donde he vuelto a reencontrarlo. El libro historia con detalle (el primer volumen de la Enciclopedia costó lo que la producción anual de ochenta granjas) y buen humor (los chinos son los campeones del enciclopedismo con títulos tan sugerentes como Capullos y flores del jardín de la literatura, libro que requeriría una reedición actualizada en la que no deben faltar los capullos y las flores de Intereconomía) el pulso y la sangre de su país y le revela como la clave de que Monsieur Diderot, ese titán de las letras, se saliera con la suya.

He sabido también en este delicioso libro que fue usted asesinado el 22 de abril de 1794. También se creyó necesario guillotinar a su hija y a su nieta. Ya ve, a aquellos que se imbuyeron del espíritu de la Enciclopedia que usted contribuyó a preservar no les tembló el pulso y no comprendieron su gran aportación a la Europa moderna, a saber, que si se impone a toda costa la razón de Estado queda herido de muerte el estado de la razón. Su importancia reside, señor Malesherbes, en que usted era el Estado.

Sólo le pido ─ perdóneme lo enfático, pero me cuesta escribir de otra manera ─ desde esta distancia ilusoria que es el tiempo, ya que en el espacio le siento tan cerca, que no descanse en paz. Regrese, como los ríos a su querencia, crecidos, señoreando las cuencas que le pertenecen. Regrese sin las estridencias del metal bruñido, como la gota de agua, una, irrefrenable, continua y necesaria, que será, al fin, la razón.

Enrique López Hijano

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