30 de octubre de 2010

La noche de Isabel

Enrique López Hijano
Anoche quedé prendado de la menos dulce de las voces. En el Palacio de Sant Jordi el príncipe de los dragones nos veló como a rosas de su jardín. Y yo pensé que, ciertamente, cada persona tiene su poeta y que es cosa que debería saberse. Sólo algunos poetas son geniales, pero todos son genios, protectores del hogar más íntimo, donde quizá hagan soportable la estancia del hombre con sus demonios. Anoche pensé que Joaquín Sabina bien podría ser mi poeta: mi poeta es aquél que ha escrito para mí. Y poco importa que él me desconozca porque, al fin, lo que importa es la protección que él me brinda y no que conozca el objetivo de sus poesías. Que su flecha haga siempre diana en mí, me importa. Pero no miro que el flechero esté ciego.
      
¡Me parezco muy poco a Joaquín Sabina! No he frecuentado la noche, aunque la fatigo. No sé nada de las mujeres, salvo que a salvo me ponen. Detesto el whisky, aunque brindo por Sabina. Pero sus poemas me hacen compañía. Comparten su pan conmigo. Por eso, te he escogido como mi poeta y porque anoche estuve en tu concierto.
¿En qué me parezco a Joaquín Sabina? Pueblan sus poemas vientos del pueblo. Gentes como Isabel. Isabel es una vida con hijos, madrugadas y vestido azul cielo de limpiadora de suelos con la que coincidí como compañera de trabajo hace ya muchos años. Un día le dije: - ¿Qué, Isabel, humanizando el suelo? Y sus ojos supieron ver en ello el aliento de su ángel de la guarda y aquel día yo fui poeta. No de los geniales, entiéndaseme, pero sí de los genios. Isabel me hizo su poeta y por eso puedo afirmar que yo soy como Joaquín Sabina, porque protegí a Isabel subiendo su vida en una ola mágica y poniéndola a la altura del sol.



1 comentario:

Gracias por tu dulce comentario, prenda.