Laura Conesa |
No es fácil dar en el clavo. Para eso se necesita conocer la esencia profunda del ser, la vibración de su barco, lo más oscuro que no es oscuridad sino claridad, su hueco. No se trata de asociar una canción triste a una persona que consideremos melancólica o una canción intensa a una persona “intensa”, no es la letra, no es la melodía, no es el ritmo: sería un mimetismo trivial.
Yo encontré mi obra años atrás. Es el concierto para violonchelo Op. 85 de Edward Elgar (1857-1934) interpretado por Jacqueline du Pré, su última obra orquestal, compuesta justo después de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial y el fallecimiento de su esposa.
Al escucharla tengo la sensación de estar en casa, de transportarme a mi centro, mi caos, mi soplo interior que intuyo siempre irracionalmente. Me penetra, estalla, quiebra el eje y lo recompone para mi descanso. Me busca dentro del alma y mi alma la busca a ella, para echarse a la sombra de su árbol, para reconstruirla, para respirar, para vivir. Reconstruye porque sentir/comulgar una obra, es crearla.
Pues bien: una vez se encuentra, se regala. Para mí, un regalo más allá de cualquier palabra o regalo tangible. Es compartir lo callado y lo salvo, la ternura y la desesperación.
hola, Pablo!Soy Jose Antonio Alonso, del IES VIladecavalls.
ResponderEliminarLa primera canción me ha recordado a Radiohead, y la primera pues un poco a Suzanne Vega cuando interpreta en acústico.
Lástima que no entiendo mucho de inglés, así que he pillado poco de la letra, aunque adivino tortura,nostalgia, en definitiva sentimientos encontrados y agridulces.