Teresa Esmatges |
En primer plano, una mujer sin edad en cuclillas lava a una joven subsahariana, enferma de sida. La chica, en bragas, está de pie dentro de un barreño de agua, con el cuerpo frágil y enjuto, ligeramente curvado.
Las manos que se apoyan sobre sus rodillas, parece que le proporcionen el equilibrio suficiente para poder mantener la posición vertical.
Apenas pueden distinguirse sus caras. Se encuentran en una semipenumbra cálida y dulzona. Un sol de media tarde se filtra a través de una puerta que se intuye abierta delante de las dos figuras y que proyecta en un segundo plano otra imagen de la misma escena.
Sobre el oscuro fondo se dibuja un cuadro blanco perfecto, donde la sombra en negro es la protagonista.
La silueta de la joven está perfectamente delimitada, no tiene volumen, ni movimiento, ni vida. Da la impresión que sea el positivo de una radiografía colgado en una pared. La cabeza se apuntala en el marco del lienzo ficticio, porque el enclenque y cansado cuerpo ya no la puede sostener.
Cuál sombras chinescas, la verdad y la ficción se confunden, ¿qué es lo más real de la imagen?, lo que se ve o lo que proyecta.
La fotografía me hipnotiza hasta el punto de inquietarme y no puedo dejar de pensar que cuando se cierre esa puerta y no entre la luz, la joven se desplomará bruscamente a la vez que desaparezca su sombra.
Fotografía de Gideon Mendel |
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